OPINIÓN
Periodista y politóloga
Ha sido jurado en dos oportunidades del Premio
Cívico "Por una Ciudad Mejor."
En Bogotá fui jurado del Premio Cívico en dos oportunidades y debo decir que la ciudad que conocí en esos intensos recorridos que tuvimos que hacer por los barrios más desvalidos y marginales de la capital, conociendo la génesis de un sinnúmero de proyectos comunitarios, fue para mí un descubrimiento tan inesperado como afortunado. Como muchos periodistas, había ido a esos barrios a cubrir noticias relacionadas con el conflicto social y político, y siempre había salido de allí con el alma arrugada ante la falta de Estado y la extrema pobreza.
En Bogotá fui jurado del Premio Cívico en dos oportunidades y debo decir que la ciudad que conocí en esos intensos recorridos que tuvimos que hacer por los barrios más desvalidos y marginales de la capital, conociendo la génesis de un sinnúmero de proyectos comunitarios, fue para mí un descubrimiento tan inesperado como afortunado. Como muchos periodistas, había ido a esos barrios a cubrir noticias relacionadas con el conflicto social y político, y siempre había salido de allí con el alma arrugada ante la falta de Estado y la extrema pobreza.
Fue solo cuando fui jurado de este Premio que
aprendí a mirar lo que sucede en esos barrios arrastrados por la miseria y el
olvido con otros ojos. Descubrí por ejemplo que si en Cazucá los jóvenes no
podían salir a las calles por miedo a ser reclutados por los grupos irregulares
o capturados injustamente por la policía, había también jóvenes interesados en
cambiar esa dura realidad que impulsaban grupos de estudio para hacerle frente
a la desesperación y a la sin salida; que en medio de los altos índices de
violencia proponían espacios culturales con el propósito de ofrecerles a los
jóvenes de esos barrios un futuro más digno que el de caer en manos de la
ilegalidad y del consumo de droga.
“Fue solo cuando fui jurado de este Premio que aprendí a
mirar lo que sucede en esos barrios arrastrados por la miseria y el olvido con
otros ojos (…) Entendí también lo equivocados que estábamos los medios en la
construcción de ciertos imaginarios de la ciudad.”
Aprendí también que mientras en el norte los
restaurantes botaban comida que les sobraba a las calles, en los barrios del
sur como Guacamayas, un grupo de ciudadanos instauraba un comedor comunitario
para ofrecer comida a los niños y ancianos que se estaban muriendo de hambre,
sin esperar nada a cambio. Entendí también lo equivocados que estábamos los
medios en la construcción de ciertos imaginarios de la ciudad, como me sucedió
en el caso de los recicladores.
Sabía desde luego de su importante función social
en una ciudad que no quiere reciclar, pero desconocía que detrás de ellos
hubiese una asociación interesada en dignificar su profesión y en promover la
formación de los recicladores, a quienes desde entonces reconozco como una especie
de sabio que saben descifrar a la gente por la basura que ellos producen.
Fueron muchos los proyectos comunitarios que vi con
mis propios ojos y aunque solo uno ganó el premio máximo, todos sin excepción mostraron un
poderoso tejido social capaz de rebasar los límites de la imaginación y que se
crea ante la adversidad y las falencias de los Estados. Debería haber más
premios de esta índole que visibilicen en la sociedad y en los medios a estos
héroes y heroínas anónimas.
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